Mini-relato: Los aluxes
Fuente: www.valores.com.mx
Don Bernardo, un anciano agricultor de Campeche, ya no podía con las tareas del campo. Desde joven había sido labrador y se había agotado en largas jornadas sin descanso. Con el fruto de su trabajo apenas había logrado construir una casita, donde vivía con Lola, su mujer.
En el último año había sembrado apenas algunos cultivos para el alimento cotidiano y sus tierras se veían secas y vacías. Sin embargo, ambos eran muy felices allí y amaban su pequeño mundo, veían el amanecer y el atardecer, cortaban flores silvestres, andaban despacito e iban a un pozo donde se filtraba el agua más pura y deliciosa del mundo.
Una mañana vieron llegar a unos de a caballo. Al frente venía el poderoso cacique de la hacienda cercana que cada vez agrandaba más su propiedad. “¿Qué se le ofrece Don?” preguntó don Bernardo. El cacique le explicó: “Ya reporté al gobierno que su tierra está inútil y vengo a tomar posesión de ella. Ustedes los viejos ya no tienen nada que hacer.” “¡No es justo” replicó el anciano. Cuando doña Lola quiso intervenir, el cacique la interrumpió: “Esto es cosa de hombres”.
Por la tarde él y su esposa fueron a ver al presidente municipal. Éste, que se había puesto de acuerdo con el cacique, confirmó la decisión. “Así es. Tienen dos días para dejar libre el terreno.”
Cuando llegaron a casa, don Bernardo estaba llorando. “No te agüites, viejo” dijo su mujer, mientras acomodaba en la mesa de la cocina unos cigarrillos, un tarro de miel, un rollo de galletas, un plato con jícama picada y una jarra con agua de horchata. “¿A quién invitaste?”, preguntó don Bernardo. “Vámonos a dormir” le respondió ella.
Al día siguiente, cuando despertó, se asomó por la ventana para ver sus tierras por última vez antes de empacar. El terreno era ahora un vergel lleno de flores y árboles con fruta lista para cortar. Su esposa se acercó a la ventana y lo rodeó con su abrazo. “¡Ay vieja, necesito lentes!” comentó don Bernardo. “No mi amor, lo que estás viendo es la purita realidad”. “¿Y quién hizo todo esto?” preguntó. “Fueron los aluxes” respondió ella.
Doña Lola le explicó que los aluxes son miles de duendes indígenas que viven en la selva maya. Salen a jugar a la luz de la luna, chapotean en el agua y ríen con voz cantarina. Si alguna persona los trata mal, le hacen la vida de cuadritos. Pero si los trata bien, le conceden sus deseos. Ellos habían sembrado la milpa de don Bernardo.
Cuando el cacique llegó a tomar posesión, supo que ya nada podía hacer; el plantío de don Bernardo era el más bonito de todos. Sin decir palabra regresó a la hacienda. Nunca encontró la paz, los traviesos aluxes no lo dejan dormir: noche tras noche tiran piedritas contra sus ventanas, saltan sobre las teclas del piano y le jalan las cobijas.
—Adaptación de un cuento original de Manuel Anzures incluido en el libro Suspira el viento (1914).
Para reflexionar
•¿Te parece que lo ancianos no deben participar en las actividades comunes?
•¿Crees que hay discusiones que sólo son “cosas de hombres”?
•¿Qué convenció a los aluxes de ayudar al matrimonio de ancianos?
•¿Por qué piensas que castigaron al cacique? ¿Te parece justo todo lo que le hicieron?
De la sabiduría popular
Por un centavo se completa un peso.
Hasta la participación más pequeña e insignificante en apariencia puede cumplir un objetivo más grande y ayudar a obtener un logro o alcanzar una meta.
Fuente: www.valores.com.mx
Don Bernardo, un anciano agricultor de Campeche, ya no podía con las tareas del campo. Desde joven había sido labrador y se había agotado en largas jornadas sin descanso. Con el fruto de su trabajo apenas había logrado construir una casita, donde vivía con Lola, su mujer.
En el último año había sembrado apenas algunos cultivos para el alimento cotidiano y sus tierras se veían secas y vacías. Sin embargo, ambos eran muy felices allí y amaban su pequeño mundo, veían el amanecer y el atardecer, cortaban flores silvestres, andaban despacito e iban a un pozo donde se filtraba el agua más pura y deliciosa del mundo.
Una mañana vieron llegar a unos de a caballo. Al frente venía el poderoso cacique de la hacienda cercana que cada vez agrandaba más su propiedad. “¿Qué se le ofrece Don?” preguntó don Bernardo. El cacique le explicó: “Ya reporté al gobierno que su tierra está inútil y vengo a tomar posesión de ella. Ustedes los viejos ya no tienen nada que hacer.” “¡No es justo” replicó el anciano. Cuando doña Lola quiso intervenir, el cacique la interrumpió: “Esto es cosa de hombres”.
Por la tarde él y su esposa fueron a ver al presidente municipal. Éste, que se había puesto de acuerdo con el cacique, confirmó la decisión. “Así es. Tienen dos días para dejar libre el terreno.”
Cuando llegaron a casa, don Bernardo estaba llorando. “No te agüites, viejo” dijo su mujer, mientras acomodaba en la mesa de la cocina unos cigarrillos, un tarro de miel, un rollo de galletas, un plato con jícama picada y una jarra con agua de horchata. “¿A quién invitaste?”, preguntó don Bernardo. “Vámonos a dormir” le respondió ella.
Al día siguiente, cuando despertó, se asomó por la ventana para ver sus tierras por última vez antes de empacar. El terreno era ahora un vergel lleno de flores y árboles con fruta lista para cortar. Su esposa se acercó a la ventana y lo rodeó con su abrazo. “¡Ay vieja, necesito lentes!” comentó don Bernardo. “No mi amor, lo que estás viendo es la purita realidad”. “¿Y quién hizo todo esto?” preguntó. “Fueron los aluxes” respondió ella.
Doña Lola le explicó que los aluxes son miles de duendes indígenas que viven en la selva maya. Salen a jugar a la luz de la luna, chapotean en el agua y ríen con voz cantarina. Si alguna persona los trata mal, le hacen la vida de cuadritos. Pero si los trata bien, le conceden sus deseos. Ellos habían sembrado la milpa de don Bernardo.
Cuando el cacique llegó a tomar posesión, supo que ya nada podía hacer; el plantío de don Bernardo era el más bonito de todos. Sin decir palabra regresó a la hacienda. Nunca encontró la paz, los traviesos aluxes no lo dejan dormir: noche tras noche tiran piedritas contra sus ventanas, saltan sobre las teclas del piano y le jalan las cobijas.
—Adaptación de un cuento original de Manuel Anzures incluido en el libro Suspira el viento (1914).
Para reflexionar
•¿Te parece que lo ancianos no deben participar en las actividades comunes?
•¿Crees que hay discusiones que sólo son “cosas de hombres”?
•¿Qué convenció a los aluxes de ayudar al matrimonio de ancianos?
•¿Por qué piensas que castigaron al cacique? ¿Te parece justo todo lo que le hicieron?
De la sabiduría popular
Por un centavo se completa un peso.
Hasta la participación más pequeña e insignificante en apariencia puede cumplir un objetivo más grande y ayudar a obtener un logro o alcanzar una meta.
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